Una de las terapias más eficientes a la hora de abordar los trastornos alimenticios es la Equinoterapia. Y así lo demostró, por ejemplo, Cande Tinelli al relatar su enfermedad y cómo, a través de los caballos, pudo superarla.

Recordemos que habló de haber padecido momentos de mucho malestar, mal humor, soledad, encierro, delgadez extrema, depresión, fobia social, incapacidad de disfrutar, amenorrea (que es la ausencia de la menstruación por falta de calorías y/o pérdida de peso), alopecia (que es la caída del pelo), y dijo que perdió momentos irrecuperables a causa de su enfermedad.

Y también dijo algo significativo: las secuelas físicas y mentales que deja el paso de la anorexia: “El cuerpo me pasa factura hasta el día de hoy, en mi cabeza quedan secuelas”.

Las consecuencias físicas son tan dramáticas como las de una persona desnutrida. El cuerpo es sabio, ahorra recursos cuando no recibe lo que necesita. Rápidamente desaparece la posibilidad del embarazo, el consecuente trastorno hormonal debilita uñas y pelo, pero cuando esto continúa le siguen la pérdida de masa muscular y ósea, y problemas cardíacos que pueden provocar, por ejemplo, serias arritmias.

Por supuesto los padres no podemos tener un control absoluto de lo que le pasa a nuestros hijos, no podemos evitarles los sufrimientos y las angustias, pero sí podemos estar atentos y por todos los medios ponernos a su disposición, escuchar, entender, acercar soluciones, y cuando las cosas se ponen complicadas buscar ayuda profesional.

Los trastornos alimenticios son síntomas de enfermedades psíquicas significativas como la depresión, la bipolaridad, el “trastorno límite de la personalidad”, etc. En estos casos, obviamente hay que mantener un tratamiento serio que apunte al problema de base.

Ahora bien, Cande Tinelli y su mamá mencionaron la equinoterapia como actividad importante en la recuperación de la anorexia.
Hablamos en alguna oportunidad del trabajo fundamental de la equinoterapia en chicos con parálisis, problemas motrices, secuelas por accidentes, pero el lado emocional de trabajar con un ser vivo es trascendental.

Las personas con problemas alimentarios están extremadamente centradas en sí mismas, tienen alterada la imagen corporal y hay una crisis de la autoestima difícil de apuntalar.

El animal responde de una forma distinta a la interacción, se brinda y no juzga, no nos etiqueta, no nos adocrtina, necesita atención, cuidados, respeto. Justo lo que también necesita esta persona; pero lo interesante es que se le pide que dé. Los pacientes deben cuidar al caballo, asearlo, respetarlo, tratarlo con dedicación, valorarlo. Entonces el paciente logra salir de su centro de preocupaciones obsesivas y se dedica a otro que le brinda cariño sin prejuicios.

El resultado es muy positivo, porque además son actividades al aire libre, en las que hay un compromiso de movimiento, de tareas, grupal. El paciente puede disfrutar otras cosas: salir del encierro, interactuar con otros, tomar sol, hablar de otros temas, y es un espacio que lo enriquece y lo aleja de su drama.

Por supuesto nunca puede ser el único tratamiento. Es imprescindible el seguimiento clínico, del nutricionista y el tratamiento psicológico.

 

Autor: Federico Andahazi
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