Su historia conmueve y ejemplifica, pero él aspira a hacerla tan corriente como la de cualquier otra persona. «Lucho para que se vea al discapacitado con naturalidad», dice el finalista de Wimbledon.
Hace una semana Gustavo Fernández llegó al número uno del ranking mundial de Tenis Adaptado y, unos días después, disputó la final de Wimbledon, cayendo en un partido muy disputado. Desde Londres, sus padres y su novia definen la personalidad de este luchador, que alcanzó lo más alto superando cualquier dificultad. “No me siento un ejemplo. La clave está en no bajar los brazos”, dice.
Corre el año 2001. Los alumnos de primer grado de la escuela Lenguas Modernas de Olavarría reciben a sus padres en el salón. Las maestras proponen una actividad: los chicos anotan en el pizarrón a qué se quieren dedicar en el futuro y los adultos tienen que adivinar qué pusieron sus hijos. “Médico”. “Abogado”. “Arquitecto”. “Futbolista”, son algunas de las profesiones. “Futbolista. Esa es la que eligió Gusti”, dice el Lobito Fernández ante la mirada incrédula de los demás, que lo único que conocen del niño es que no puede caminar. “A esa altura, él ya andaba con bastones o en silla de ruedas, pero cuando leímos ‘futbolista’ en el pizarrón, sabíamos que era Gusti, porque ése era su sueño”, recuerda Nancy, madre de Gustavo Fernández, que no llegó a ser futbolista, pero hace una semana se convirtió en el número uno del ranking mundial de tenis adaptado.
“Siempre que se le metía algo en la cabeza, luchaba hasta alcanzarlo”, describe la mamá. También nos deja claro que, de poder caminar, seguramente el último domingo Gustavo hubiera estado en el lugar de Marin Cilic frente a Roger Federer. Es que, como dice su madre, él nunca se sintió diferente.
Y así lo cuenta en la semana que llegó al top del tenis.
–¿Cuándo te diste cuenta de que podías hacer una gran carrera como deportista?
–Quizá de inconsciente, siempre lo creí. Lo veía a papá jugar al básquet y me imaginaba haciendo lo mismo. Desde chico fui muy ambicioso. Eso me hizo muy decidido ante cualquier cosa que emprendía. Y con el tenis no fue diferente.
NO TE OLVIDES DE MI.
Como en el tema de Charly García, Gustavo se convirtió en un gran estímulo para mucha gente. Con apenas un año y medio, jugaba con su papá y se le cortó una vena de la médula, lo que le impediría caminar por el resto de su vida. Toda una tragedia, de la que él logró invertir la carga y convertir su problema en motivación.
Siempre empujado por Nancy y Gustavo, los padres de este crack que se toparon con una situación de la vida que los hizo crecer. “Cuando Gusti se enfermó, nosotros teníamos 26 años y uno nunca piensa que esas cosas le pueden pasar. Al principio fue un shock. Parecía una ironía del destino: el papá siempre decía que se ganaba la vida con sus piernas porque jugaba al básquet. Y, de repente, nuestro hijo no podía caminar. Es muy fuerte. Pero una vez que pudimos hacer el clic y entender que había una realidad con la que convivir, nuestro objetivo principal fue que Gusti fuera feliz. No importaba cómo: con bastones, en silla de ruedas… Hoy, después de 23 años, vemos que no hicimos tan mal nuestro trabajo, porque lo mejor que tiene Gusti es eso: él no se siente diferente y disfruta la vida como ninguno de nosotros”, cuenta Nancy, aún en Londres.
A su lado está el Lobito Fernández, el padre (que fue campeón de la Liga Nacional de Básquet con GEPU, Boca y Estudiantes de Olavarría), y de alguna manera el faro que tenía su hijo. ¿Qué significa para ellos el lugar que logró Gustavo? “Las sensaciones son las mejores: de orgullo, de felicidad y de tranquilidad, porque lo hicimos lo mejor que pudimos. Pero el recorrido y la atención que tenés sobre un hijo es siempre igual, con o sin dificultades. Si él no pudiera alcanzar sus objetivos deportivos sería igual, porque lo que más disfrutamos es ver cómo goza de la vida”, agrega Fernández.
Después de la sentida semblanza de sus padres, otra vez se suma el tenista:
–Gustavo, ¿sos completamente feliz, como dicen tus padres, o a veces te falta algo?
–Siento que soy completamente feliz. Trato de no analizar mucho las cosas y enfocarme en el día a día. Creo que es una de las claves para lograrlo: no pensar mucho más allá, sino disfrutar cada momento y permitirte ser feliz.
RENDIRSE, JAMAS
Este lunes, mientras se escribe esta nota, Gustavo sigue molesto. Así lo dejó la derrota en la final de Wimbledon frente al número 7 del mundo, el sueco Stefan Olsson, según cuenta su mamá desde Londres: “Está embolado por haber perdido, pero lo mejor que tiene él es su positivismo. Esta vez le tocó perder, pero fue una semana increíble”.
Más allá de la bronca, el argentino jugó todas las finales de Grand Slam que hubo en el año: ganó Australia y perdió Roland Garros y Wimbledon. Sin sponsors que lo ayuden, hace un tiempo Gustavo Fernández decidió que no le alcanzaba con estar en el pelotón de arriba y decidió vivir cada día de forma más profesional: “Hoy me cuido más que nunca con la alimentación. Cuando era chico no le daba tanta bola, pero a medida que crecía fui viendo que lo necesitaba cada vez más. Estoy muy pendiente de eso”.
Además de sus cuidados, el muchacho cuenta con una estructura de contención muy grande que empieza por sus padres, sigue con su entrenador, Fernando San Martín, y termina con su inseparable novia: “No es que por estar en una silla de ruedas yo lo cuido a él. Gusti se ocupa mucho de mí. Igual, no tiene problemas en pedirme que lo ayude, como cuando lo empujo de los hombros para que pueda escribir en el celular, ¡ja, ja! El es una persona muy positiva, que no se enrosca con nada. Me transmite mucha paz”, dice Florencia (21), de novia con el tenista desde que tiene 13 años.
Su suegra recuerda la situación. “Cuando Gusti tenía 15 y Flor 13, nos enteramos de que estaban saliendo… La sensación fue que era una chica especial, de mucha luz, como él, porque vos a los 13 años no mirás a un nene en silla de ruedas. Desde entonces están juntos…”, cuenta Nancy.
Y muestra que Gustavo, a cada paso, fue logrando la naturalidad en la vida que quiere para todos los que tuvieron un problema como él. Por ahí va la última pregunta que le hacemos al tenista.
–Decís que no querés que te tomen como ejemplo, pero sabés que podés representar una gran motivación para muchos chicos que bajaron los brazos.
–Me molesta ser una excepción. Debería ser natural ver a un discapacitado en el cine, o con su novia, o en la calle, haciendo lo que sea. Pudiendo vivir su vida, en un boliche… Por eso no quiero ser un ejemplo: lo ideal sería que todos pudiéramos hacer una vida normal, sin llamar la atención. Como no es así, me hago cargo de representar una motivación para que los chicos no bajen los brazos. Y voy a estar siempre atento para cambiar esta realidad.
Fuente: Gente.om